Habría sido una pena que la llamada a misa de San Lorenzo hubiera sonado el tan, tan, tan, monótono de la campana grande como un día normal, dado que Rafaela, quien se cuida de estos menesteres, se encaminaba a la hora prevista e iba hacerlo de esa manera. Ella no puede subir al campanario, porque es de difícil y empinado acceso; agravado por la “basura” (palos, zarzas y otras lindezas) que se desprende del monumental nido de cigüeña.
Eran las 11,30 horas cuando salía yo de la sala del ayuntamiento de rematar algunos detalles de la exposición colectiva de pintura, que se inauguraría después de la misa y procesión, cuando me encuentro con Rafaela y me comentó lo dicho anteriormente, y que no había nadie que repicara a fiesta. No puede ser, le dije. Ahora subo yo y se repica. Subí al campanario por la empinada y angosta escalera de caracol con precaución de no dar un traspiés entre cantidad de palitroques y, como en mis tiempos de monaguillo (hace más de 50 años), me dispongo a soltar la cuerda de la campana grande del soporte (cigüeñal) que la une con el cable que llega hasta abajo; la de la campana chica siempre está suelta, ondeando al viento. Imposible, la cuerda estaba impregnada, “soldada” por efecto de los excrementos de los habitantes de más arriba, que fundidos en una pieza, me fue imposible soltar. Como pude y medio de lado comencé a anunciar que era San Lorenzo. No sé cómo se percibiría el repicar que estaba saliendo; quizás un poco raro; pero nada monótono; estoy seguro; pues la postura me hacía cambiar de ritmo y formas resultando un repicar diferente y sobre todo festivo que era de lo que se trataba, más que nada por evitar que la llamada a fiesta hubiera sido el tan, tan, tan, de un dia normal. Eso nunca. Ya sabes, si quieres subir al campanario y repicar anunciando que es San Lorenzo, el próximo año tienes una cita. Contacta con Rafaela; el campanario y sus dos campanas te esperan, serán tuyas por unos momentos.